sábado, 14 de julio de 2012

La brizna que no se parecía a las otras briznas, El Principito, Vol II.

Aprendí bien pronto a conocer a esa flor. En el planeta del principito siempre había habido flores muy simples, adornadas con una sola hilera de pétalos, que apenas ocupaban lugar y que no molestaban a nadie. Aparecían una mañana entre la hierba y luego se extinguían por la noche. Pero aquélla había germinado un día de una semilla traída de no se sabe dónde y el principito había vigilado, muy de cerca, a esa brizna que no se parecía a las otras briznas. 


Podía ser un nuevo género de baobab. Pero el arbusto cesó pronto de crecer y comenzó a elaborar una flor. El principito, que asistió a la formación de un capullo enorme, sentía que iba a surgir una aparición milagrosa, pero, al abrigo de su cámara verde, la flor no terminaba de preparar el embellecimiento.

Elegía con cuidado sus colores. Se vestía lentamente y ajustaba uno a uno sus pétalos. No quería salir llena de arrugas como las amapolas. Quería aparecer con el pleno resplandor de su belleza. ¡Ah!, ¡sí! ¡Era muy coqueta! Su misterioso atavío había durado días y días. Y he aquí, que una mañana, exactamente a la hora de la salida del sol, se mostró.




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