martes, 30 de septiembre de 2014

Opositores a la Administración de Justicia; el silencio de los corderos.

Los opositores a la Administración de Justicia; esa especie rara de seres humanos que dedica un mínimo de 8 horas diarias al estudio de la Ley, saborea el café como el mejor de los manjares, siente cierto síndrome de Estocolmo por sus Códigos y grandes dosis de culpabilidad cuando una enfermedad o cita en el médico impide cumplir el planning diario. Ésa especie de ser humano de voluntad inquebrantable que cuenta con dos semanas de vacaciones AL AÑO (y en el mejor de los casos), y es capaz de decir NO una y mil veces a un millón de planes suculentos. Aquel ser extraño que nadie entiende, sino sus iguales, aquel que cree todos los días que detrás de tanta legislación hay un sueño cumplido; que no cesa en su empeño y que tiene todo de lo que tanto se carece hoy en día: fe. Ése ser extraño que se reinventa tras un cante fatídico y que se hace gigante tras cada felicitación del prepa y al día siguiente se come el mundo enclaustrado en esas cuatro paredes comúnmente conocidas como "opozulo". El opositor a la Administración de Justicia, el único ser que es capaz de volver a sentir algo como si fuera la primera vez después de un millón de veces (ya sabéis a lo que me refiero: las visitas al prepa). Un ser capaz de contemplar el asesinato cuando hay alguien impidiendo el estudio, como vecinos ruidosos o invitados en casa...sin ninguna intención de cometerlo. Un ser capaz de echarse a llorar porque se han dejado de fabricar SUS libretas, SUS fichas o SUS subrayadores...

El opositor a la Administración de Justicia, ése ser que ve año a año cómo se infravalora su trabajo diario. Un ser capaz de la enormidad del reto al que se enfrenta, como es una oposición compuesta por 321 temas que van modificándose a lo largo del año, y cuyo acceso es dudosamente justo. Nosotros, que observamos cómo año tras año el Ejecutivo desoye completamente las necesidades de nuestra sociedad, un Ejecutivo que hace caso omiso a la barbarie en la que se ha convertido nuestro sistema Judicial gravemente aquejado por un déficit extremo de profesionales de la Justicia, violando sistemáticamente mandatos constitucionales que garantizan una tutela judicial efectiva.

Opositores a la Administración de Justicia, futuros integrantes del tercer Poder del Estado, el Poder Judicial, que, sin saber por qué, es el que menos recibe con respecto de los demás y el que más necesita. Nosotros, supuestamente amparados por nuestro órgano de gobierno, el Consejo General del Poder Judicial, tan politizado ya que es incapaz de velar por nuestros intereses y, por ende, por los DERECHOS de todos los justiciables.

Y, lo mejor, opositores a la Administración de Justicia, ése ser capaz de conservar sus ilusiones, que cree que un cambio es posible y que no dejará de luchar hasta conseguir todo aquello en lo que cree: JUSTICIA.

domingo, 10 de agosto de 2014

Big Bang

Un día cualquiera, de una semana cualquiera, de un mes cualquiera. Lo ves y algo extraño sacude tu cuerpo. Imposible saber qué es, pero algo lo suficientemente potente como para saber que acaba de producirse un antes y un después. Pruebas suerte, porque, a veces esas cosas pasan. Nunca a ti, pero ¿por qué no? Lo intentas.


Pero no sale como esperabas. De hecho no te habrías podido imaginar si quiera todo lo que se avecinaba; algo que nunca habías soñado, ni leído, ni visto en películas. Incluso mientras lo estás viviendo crees que sólo eres un espectador de esta tragicomediaromántica tan intrincada. Al más puro estilo griego. O romano. O de Woody Allen. O todo junto.


En fin, la cuestión es que es tu historia. Y a veces pesa. Mucho. Y es que nunca sale nada como esperas. Y esperas (¡vaya que si esperas!). No sabes qué, pero el caso es que esperas. Un milagro, o dos –tal vez-, un momento de lucidez en su mente que le haga ver todo lo que tú hace tiempo que ya ves. Y desesperas. Y quieres que acabe. Pero no quieres, porque, en realidad sólo quieres que empiece. Y d-e-s-e-s-p-e-r-a-s.


Hasta que ocurre. Ni idea de cómo. En mitad de la música, del baile, del ruido, de la ajenidad de la gente. Y se produce algo mágico. Algo como la combustión espontánea de todos tus males, la rosa mosqueta de tus cicatrices,  el chorro de agua fría que apaga tu sed. Se produce algo así como una lluvia de estrellas o el cometa jamás visto en los últimos 300 años. Pasa algo así como encontrarse de repente solos en mitad de la nada. O del todo. Un Big Bang. Nuestro Big Bang.


Y todo empieza a ser como quieres. Tan bueno que nunca lo habías soñado, ni leído, ni visto en películas. Algo tan genial que es prácticamente inimaginable y que, precisamente por eso parece tan frágil. Entonces aparece lo único malo que puede acompañar semejante historia: el miedo. Miedo a que alguien descubra algo que tú descubriste hace tiempo. Miedo a que alguien se dé cuenta de lo especial que es, de lo fantástico que sería besarle, abrazarle…tenerle. Mucho miedo a que alguien espere y desespere y sueñe y luche y busque. Miedo de que haya por ahí alguien como tú capaz de todo.


Respiras.
Recuerdas.
Y sonríes…

…porque, ¿cuántas personas conoces capaces de provocar un Big Bang?



martes, 22 de abril de 2014

Perder el Norte

El miedo nos empequeñece lentamente el corazón. La gente normal se consuela pensando que temer, no atreverse, les hará inmunes al dolor. Y así muchos deciden vivir sin vivir. Se autoconvencen de que no es necesario dar nada ni jugársela por nadie porque, total, ¿para qué? si al final todo acabará. Y dolerá. Mucho.

Por eso las gente corriente de hoy decide pasar por alto las pequeñas enormes cosas. Se gritan al anochecer que nada es importante, que esa persona no es especial y que eso que le remueve las entrañas es el garrafón  del sábado. No vale la pena pensar que sea algo diferente. Mejor seguir en el redil, zona de confort, seguridad... cárcel.

Y así es como la grandeza de las pequeñas cosas pasan por sus vidas sin pena ni gloria. Los mensajes de buenos días porque sí, una indirecta muy directa en cualquier red social, una palabra (o juego de plabras) que se convierte en protagonista de una historia que probablemente nunca nadie llegue a contar. Se dejan perder las personas capaces de descifrar tu estado de ánimo por cómo escribes a través de una pantalla, las que se desvelan una y mil noches deseando que esa conversación termine en una apuesta arriesgada pero, a buen seguro, ganadora... que nunca llega. Las personas de enorme corazón y eterna sonrisa regalada para arreglarte un día regular. O para mejorar el perfecto. Las personas que te cosen las alas arrancándose sus propias plumas, las que creen en ti mucho más de lo que tú mismo hayas podido creer jamás. Se hace caso omiso al deseo de pasar más tiempo juntos, de verse, de tocarse, de cuidarse, de volar. No se tienen en cuenta los: "¿qué tal tu día?" y echar de menos en silencio se ha convertido en la capa más helada de unos corazones cada vez más pobres. Quitas importancia a la persona que te hace sentir seguro, a salvo, a la persona que te hace sentir vivo y que eres capaz de todo. Dejas ir a quien lo arriesga todo por ti, a quien te pide por favor que sonrías, a la persona con quien te permites lo que hoy entendemos un lujazo: SER TÚ MISMO. La persona que quiere todo lo que eres, que repudia tus máscaras y sueña con ser uno de los motivos de tu risa. No se le da importancia a esa persona con la que puedes hablar de todo, a quien deseas contarle todas las cosas buenas y quien deseas que te abrace en las malas. Esa persona en la que estás pensando mientras lees esto.

Siento ser yo quien, desde mi entusiasmo desbordado, desmedido y casi siempre confundido, os diga que sí vale la pena. Que hay cosas por las que vale la pena perder el Norte. Y personas con las que vale la pena perderse toda la vida.



miércoles, 9 de abril de 2014

Eco

Se acabó. Ya no queda nada. No hay magia, no hay luz, ya nada brilla. Todo se apagó, nos ganó el final del cuentoo. No ha sobrevivido nada por lo que valga la pena luchar, nada que te arraque sonrisas, ni mensajes fugaces que explosionen el alma. No queda camino, ni horizonte, ni perspectiva. Se fueron las razones, y se desvanecieron los motivos. Las palabras quedaron huecas, las manos vacías y las excusas danzando. Los perdones ardiendo, las gracias olvidadas y las ganas perdidas. Las lágrimas secas, las miradas muertas y los susurros agónicos. La música sorda, los suspiros volando y las promesas inertes.

Se acabó. No hay nada. Ni siquiera hay nada que sentir, ninguna pérdida que lamentar... Sólo un eco. Un eco que ya no es nada de la sinfonía que reinó. Un eco que calla todo lo que (no) se gritó. 


domingo, 30 de marzo de 2014

Estoy yo

Nunca pensé que algún día iba a ser posible recibir un mensaje tuyo sin que se me parara el corazón. Tampoco se me había ocurrido que llegaría el día en que, sentados en nuestra terraza preferida, pudiera dejar de mirarte.. Pensé que nunca en la vida me costaría un esfuerzo supremo buscar un hueco para ti en mi cadavezmásapretada agenda. Ni muchísimo menos se me había pasado por la cabeza que algún día te negaría un beso. Pero el otro día, cuando todo eso pasó, no me sorprendí.

Por aquél entonces pensaba que era demasiado amor. Demasiado hasta tal punto que era incomprensible. Ni siquiera tú entendías cómo podía quererte tanto. Supongo que sabías que no te lo merecías. Y yo en el fondo también. En cualquier caso, pensé que jamás dejarías de arder dentro de mi. Siempre supe (¿?) que estarías ahí, centelleando.

Y como siempre, apareces de nuevo, como un huracán nacido de las entrañas más oscuras de la Madre Naturaleza, dispuesto a desbaratar mi mundo y volver a partirme en mil pedazos. Imagino que (también como siempre), creíste que diría que sí.

Probablemente yo ya supiera que ibas a volver. Porque sí, porque digan lo que digan es difícil olvidar a alguien que te ha dado tanto; que te lo ha dado TODO. Y, en fin, era evidente que después de un tiempo huyendo de mí y, sobre todo, de ti mismo, pararías en tu trayecto con destino a ninguna parte para darte cuenta de que estabas solo. Que ya no había nada. Ni nadie.

Te da por volver, por decirme cuánto me echaste y me echas de menos. Cuánto te arrepentiste y te arrepientes. Que no ha habido mejores besos ni tampoco una pizca de amor. Que tu mundo ya no era un sitio donde valiera la pena vivir si no era yo quien lo iluminaba. Que soy única, especial y de ésas personas que se conocen una sola vez en la vida. Y un sinfín de cosas más que parecías haber olvidado el día que decidiste marcharte.

Vuelves así, como si nada, como si yo todavía no me hubiera ido.

Después de decirte que no, me preguntas, ojiplático: "¿por qué? ¿Hay alguien más?". No quería hacerte daño. Pero sí. Hay alguien más. Una persona que se merece todo lo que me quitaste y a la que hoy quiero por encima de todo. ESTOY YO.

Y así, con este adiós, ya podemos arder.

martes, 25 de marzo de 2014

Lo que tú desees, una y mil veces.

¿Quién quiere estar cuerdo en este mundo de locos?

En realidad no es todo que deberías hacer precisamente aquello que tienes que hacer. Porque, decidme, ¿qué más da si ya le diste una oportunidad, tres o una centena? Lo lógico sería que tras la primera decepción el oportunista en cuestión no recibiera otra oportunidad, sino una patada ahí donde la espalda pierde su nombre... pero, ¿de qué sirve eso cuando en realidad lo único que deseas es darle cien mil más? Dáselas, y hasta un millón. Hasta que no puedas respirar. Dáselas mientras sea lo que deseas.

No importa que te hayan roto el corazón alguna vez. Lo lógico (¿?) sería guardarlo bajo llave en alguna urna de cristal a prueba de bombas atómicas y lanzarlo al Triángulo de las Bermudas antes del próximo amanecer. Pero no tienes que hacer eso si lo que en realidad deseas es ir por ahí a pecho descubierto haciendo alarde de tu valentía. Aunque duela y los trozos ya no sean trozos sino polvo. Hazlo así si lo deseas. A la porra con las llaves.

Cuando caminas corres el riesgo inevitable de caer. Deberías decidir cambiar de ruta, porque no deberías querer volver a tropezar de nuevo justo en esa piedra. Pero, ¿para qué cambiar, si ése es tu paisaje favorito y sabes que lo único que seguirás deseando es levantarte una, otra y otra vez? Hasta el final. Y aunque no haya final. A tomar por saco el camino de flores, que encima dan alergia.

Después de terminar (por quinta vez) tu libro favorito, lo lógico sería guardar un buen recuerdo de él y pasar al siguiente. ¿Qué importa si tú lo que quieres es que sea ése libro el que vele tu mesita de noche por los siglos de los siglos? Déjalo ahí. Reléelo. Una y mil veces.

Resulta que con este hacer nos estamos convirtiendo en una especie de robots maquiavélicos sin coraje, sin sentimientos y programados respecto a todo aquello que deberíamos querer hacer. Así parece que todo sea más fácil. Decidimos algo porque es lo que debemos decidir. Sin más. No hace falta más vuelta de hoja. El "es lo que hay" se ha convertido en nuestro dogma diario. "ES LO QUE HAY", asesinando lenta, dolorosa y silenciosamente a los ya pasados de moda "Y SI..." y el deseo que cada uno de ellos esconde. Encima, cada vez que te dices "es lo que hay", muere un gatito.

Nuestro sentido común (que, de repente y muy a mi pesar, vuelve a ser el más común) ha tomado las riendas de nuestras vidas anulando cualquier atisbo de pasión que pudiera asomar, discordante y delirante, frente a tanta decisión debida.

Pero no os preocupéis. No tengáis miedo. SE CURA. Sólo tienes que desenchufar al robot que se ha apoderado de tu alma (o cortocircuitearlo) y empezar a escucharte. Dejarte desear. Y salir ahí, al mundo, a desentonar junto a tanta mecánica para hacer todo lo que tú desees una y mil veces.




miércoles, 5 de marzo de 2014

Querida mujer

Esta entrada empieza así: http://www.rtve.es/noticias/20140305/denuncia-62-millones-europeas-han-sido-victimas-violencia-genero/890160.shtml

Esto es escalofriante. A lo largo de toda la historia la mujer ha sido objeto de numerosos abusos. Se suponía que la época del Paleolítico -cuando los hombres arrastraban a las mujeres del pelo hasta sus cavernas- era eso; prehistoria. Perono. La mujer sigue siendo blanco fácil, lo que yo hoy me pregunto es: ¿por qué?

Es evidente que una larga y arraigada tradición histórica casi universal (excepto aquellas pocas comarcas en las que el modelo familiar es el matriarcal) de sumisión de la mujer al hombre es difícil de hacer desaparecer. Sí, pero bueno, estamos en ello. Mujeres ocupando altos cargos directivos en empresas internacionales, un mayor número de mujeres que de hombres con preparación universitara...y hasta una Canciller poniendo en jaque a medio mundo. Yo creo que por ahí vamos bien.

El problema ahonda en las esferas más íntimas, en aquello que algunas hemos llegado a confunir con "amor". Puedes ser una Doctora acojonante, una Juez que tire p'atrás, secretaria, Canciller o peluquera, que si confundes violencia con amor, estarás igualmente perdida.

Y es que la relación que se crea entre el agresor y su víctima es incomprensible -e imperceptible- para cualquiera que no se haya visto involucrada en este extraño Síndrome. Pero el tiempo, como siempre, te da la clave. Y no es amor que te griten, no es amor que te empujen, no es amor que te dejen caer, ni que te obliguen a llevar jersey para ocultar esos morados que evidencian su falta de hombría.

En estos casos es importante que el tiempo juegue a favor. Es importante echarle valor, y reaccionar antes de que sea tarde. Sólo una de cada cuatro lo hace. Y así hemos perdido ya 12 vidas en lo que va de 2014.

Con todo, España registra los "mejores" resultados. Porque sí, porque en España a veces también hacemos las cosas bien. Incluso legislar (a veces, repito). La LO 1/2004 de Medidas de Protección Integral contra la Violencia de Género y la LO 3/2007 para la Igualdad Efectiva de Mujeres y Hombres así nos lo hacen notar. El tratamiento para contra la violencia de género ha desatado arduas discusiones de doctrina y jurisprudencia; la conocida como "discriminación positiva" ha vertido chorros y chorros de tinta entre juristas. Por otro lado, el rigor excesivo en la aplicación de la ley contrta supuestos maltratadores ha traído consigo la comisión de ciertas injusticias avaladas por una ley hermétca, que no deja cabida a la posibilidad de futuras (¿supuestas?) agresiones. Cuestión de prevención. Sí. Las injusticias son mal. Muy mal. Justos por pecadores no. Ya. Pero, aún así, seguimos registrando unos datos "alentadores". Y aprovechando este último comentario, quisiera añadir que aún tan deplorable me resulta la mujer que pone denuncias falsas como medio de coacción, amenaza, sufrimiento, despeche (y un triste y largo etc.) a sus parejas, como el maltratador que efectivamente las lleva a cabo.

Y finalmente, a modo de conclusión íntima y personal, sólo diré a los HOMBRES, que realmente son HOMBRES, que muy bien por valorar a las mujeres, a vuestras madres, hermanas, a las mades de vuestros hijos y a esa mujer que os prepara el café por la mañana porque sí, porque os quiere y no porque la obligáis. Y muy bien por prepararlo también vosotros. Añadiría un gracias, pero entonces estaría infravalorando el valor de vuestros corazones.

Y, a vosotros, maltratadores hijos de puta, simplemente deciros: JODEOS. Siempre seréis inferiores. Podemos hacer EXACTAMENTE LO MISMO que vosotros pero con tacones. Y con una sonrisa. Y con esta misma sonrisa en mi cara, os repito: JODEOS. 

martes, 11 de febrero de 2014

Como perros por la vida

A mi perra nunca le han gustado los demás perros. No sé si por miedo, por celos (será que me quiere demasiado) o simplemente por gallita. Pero el caso es que no pueden acercársele. Si se le acerca uno le gruñe, o incluso muerde. Parece el típico macarrilla prepúber que le dice a los colegas en la puerta de la discoteca: "cógeme que lo mato". Ya.

Con esta perspectiva, un día quedamos las amigas para salir con nuestras respectivas perras. ¿Cómo iba yo a privar a mi Rita de semejante lujazo? No me preocupé demasiado, ya que las perras de mis amigas (jeje) son algo más grandes que la mía, con lo que, llegado el caso, podrían defenderse.

Una vez llegamos al lugar decidimos soltar a las perras. Recuerdo perfectamente ese instante: "cuando la deje libre, podrá pasar cualquier cosa, ¿estoy dispuesta a correr ese riesgo?". Antes de que pudiera responderme, el instinto había hablado y ya no había correa que me uniera a mi negrita.

¿Qué pasó entonces? Os preguntaréis. Bueno pues mi perra no se acercó a nadie. No mordió. Hizo caso omiso del resto del mundo menos de mí. Corría, jugaba, pero jamás me perdía de vista y cada vez que veía otro perro venir, se escondía detrás de mí. Miedo era, entonces.

Todo esto me ha hecho darle vueltas y al trasladarlo a la vida de los humanos he visto muchas cosas. Veréis, a veces, cuando nos sentimos protegidos o seguros (como el caso de un perro que va atado  de la mano de su dueño y sabe que no dejará que le pase nada), actuamos frente a la vida de una manera más brusca. Pisamos fuerte, o tal vez, simplemente nos hagamos los fuertes. Ningún perro quiere que su amo descubra que es un cobardica.

Sin embargo, es en nuestros momentos de libertad, donde nada nos ata y sólo nosotros podemos decidir qué hacer, donde nos mostramos tal y como somos. Es justo ese momento, en el que nos sueltan la correa, donde decidimos quiénes somos, a dónde y con quién queremos ir. 

Soltad vuestras correas, y corred hacia donde vuestra libertad os dicte. 

viernes, 7 de febrero de 2014

Entre tronos y coronas

De toda la vida nos tienen acostumbradas a hablarnos de príncipes y ranas. Que si el príncipe azul llegará en su corcel blanco para rescatarnos con un dulce y suave beso de fresa (aquí ahora pega lo siguiente: [...]). Y claro, cuando el príncipe azul de turno no es más que un pobre diablo miembro de la banda de Aladdín, es que entonces no era un príncipe, sino una rana. Continúa el tema con un "vaya ojito tienes", y te animan diciéndote que no te preocupes, que ya llegará el príncipe adecuado; que además de no desteñir y/o convertirse en rana, te hace la colada y saca a pasear a tu principesco cachorro.

Después del fatídico descubrimiento de que tu príncipe es miembro de una banda organizada, viene el episodio de la "princesa destronada" o "princesa sin corona" o cualquier otra gilipollez por el estilo.

Claro, con esta cronología una piensa que realmente para ser/sentirse una princesa necesitas a un príncipe azul que te sostenga las bolsas y te lleve de paseo (después de hacerte la colada y pasear al chucho). Ese príncipe de mirada azucarada, labios de canela, tupé engominado y camisa por dentro. Todo esto como si tener un príncipe-bandido-mafioso fuera conditio sine qua non para ser titular del trono de tu reino

Ya después de unos cuantos autos de procesamiento de tus respectivos príncipes, de esa sensación de princesa destronada, sin corona y sin reino donde pinchar ni cortar, te despiertas. Resulta entonces que te das cuenta de que ni príncipes, ni ranas, ni corceles, ni bandidos, ni gominas que valgan. Que tu reino es tuyo y que tú no eres princesa, sino reina.

Descubres así que en tu reino de cervezas, pitillos, vaqueros ajustados, tacones y carmín fucsia no hace falta príncipe ni bandido. Y que, para cuando éste aparezca (que por cierto, está al caer), no será un querubín engominado hasta las cejas digno top model de anuncio de colonia de Navidad, sino un hombre con barba de tres días, camiseta por fuera, de mirada felina y manos grandes. No te llevará a su castillo, pero creará un reino en cualquier rincón del mundo. Un reino donde quiera que él se encuentre porque, al final, es ahí donde todas queremos reinar. 

jueves, 6 de febrero de 2014

Dramas aparte

Que se acabó. Que ya no hay más. Resulta que es el final de todos los finales. Un final sin principio.

Sí, hombre, pues es triste. Hasta deprimente según la semana de ovulación, los éxitos profesionales y otras movidas internas. Vuelves a estar en las mismas, y lo peor son todas esas cosas que se quedan pendientes: los besos que no diste, las caricias que no sentiste, la canción que nunca fue vuestra, los lugares que dejasteis de compartir, los susurros a media noche y a primera hora de la mañana... 

Debates contigo millones de veces qué demonios hacer ahora con todas esas ganas (habiendo descartado ya lo de partirle la cara, que no estamos para líos). Claro, porque tus intenciones eran de todo menos broma. Tú, al final, querías haber querido y que te hubieran querido y, en consecuencia, desplegaste todos tus encantos. Pensaste: <<lo quiero. Mío.>> y ale, festival de virtudes. Entonces sacaste tu lado tierno, cariñoso, erótico-festivo, comprensivo, alegre... y, al no recibir nada, tu lado arisco, seco, borde, celoso, estúpido (porque sí, porque tú también lo tienes). Y es que después de semejante despliegue de medios y de hacer caso omiso al guantazo que tu cerebro advertía que te ibas a meter, tienes que decidir qué hacer con tanta cosa. 

Piensas y piensas; vuelta y vuelta a la almohada. Y de repente un click. Pero bueno, ¿cómo que qué vas a hacer con todo eso? Son TUS COSAS; QUÉDATELAS. Y ya está. Al final todo eso es lo que tú eres, quién eres, todo lo que te define... Todo eso que te hace inolvidable. Recógelo y ya sabes, no te olvides de ti; los dramas siempre aparte. 

lunes, 20 de enero de 2014

Sentir más, pensar menos

De repente un día empiezan a amontonarse las preguntas; de dónde, hacia dónde, por qué... Ésas preguntas que sin más aparecen y luchan incansables en lo más profundo de ti, tratando de lograr una respuesta que las satisfaga y, entonces, emprender la huida.

Así que decidimos perder un valioso tiempo en convencerlas para que se marchen. Tenemos una necesidad inmensa de que se vayan, que desaparezcan, como sea. Pedimos consejos, suplicamos al cosmos, a las energías, al destino, al karma, para que nos den una pista, una señal que nos conceda algo de tregua frente a tanta duda. Nos engañamos, tratamos de autoconvencernos aún sabiendo que será en vano. Cualquier cosa vale con tal de evitar tanto murmullo.

Y es que, al final, no nos damos cuenta de que es posible que estemos buscando respuestas a preguntas equivocadas. Pues, no es un "¿dónde?", es un "con quién"; no es un "¿por qué?", sino un "¿cómo?". Nos olvidamos de dejar de pensar y de que lo realmente importante es limitarse a sentir... y que quizá, -solamente quzá- será justo ahí donde encontremos todas las respuestas.