Ahora resulta que poco o nada queda de aquella que fuiste. De un tiempo a esta parte te has fijado (y te han dicho) que apenas sonríes, que casi ya ni brillas y que tus ojos parecen tristes. Inevitables son las pregunta que inmediatamente te surgen: ¿Cómo he llegado hasta aquí? ¿En qué momento me perdí? Entonces la fatalidad llama a tu puerta y te explica que tus propias fantasías pudieron contigo. Te cuenta que por perseguir lo que amabas te fuiste deshaciendo en pequeños trozos, casi imperceptibles, que se fueron convirtiendo el polvo y que el paso del tiempo fue llevándose consigo como si de un vendaval se tratase.
Echas de menos enormemente tu sonrisa, tus ganas de saltar, de gritar, de arrasar y de ser tú, ésa que nunca se cansó de ser insultantemente optimista. Así que la fatalidad, tan cruel como había sido, se apiada de ti y te susurra un gran secreto: la esencia nunca se pierde. Tú eres así, por mucho que haga cien años que no sonrías, tu esencia sigue en ti y nunca se irá porque la gente no cambia. Sonríes -esta vez con mucho más entusiasmo del que recuerdas- y despides a la fatalidad...porque tu esencia está a punto de llegar.
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