La vida me ha enseñado que lo más importante no es querer a alguien, sino ser alguien a quien valga la pena querer. Me ha enseñado que la lucha siempre genera sus frutos; que una sonrisa moviliza a más personas que un millón de lágrimas y que ser fuerte no es cuestión de dureza, sino de coraje. De la valentía, la vida me ha enseñado que no consiste en no tener miedo, sino en tenerlo (cuanto más mejor) y que, pese a ello, sigas adelante. Esta vida me ha enseñado que coger una mano es algo maravilloso, pero que conservarla para siempre es lo más grande. La vida me ha enseñado que la verdadera función de los sueños no es soñarlos, sino vivirlos. He aprendido, gracias a lo que la vida me ha enseñado, que conseguir lo que quieres es grandioso pero que, mantenerlo a lo largo del tiempo es realmente mágico. La vida me ha enseñado que el amor es el mejor sentimiento del mundo y que cualquier cosa que traiga dolor no puede ser llamada amor. La vida me ha enseñado que la envidia destruye al envidioso y resalta la grandeza del envidiado. Algo muy importante que también me ha enseñado la vida es que el mejor indicador del valor de alguien es la calidad (y no cantidad) de la gente que les rodea. A base de golpes, la vida me ha desvelado que la traición y el engaño existen, que el camino es tortuoso y muchas veces oscuro, pero que si has sabido cómo vivir, siempre hallarás la luz en las personas que te acompañen. En esta vida he aprendido que los sabios aprenden de sus errores pero que, en cambio, los genios aprenden de los errores de los demás; que la debilidad no es cosa de débiles sino de los más fuertes, pues es en ellos en donde residen las grandes almas y que lo más importante es confiar en uno mismo. La vida me ha enseñado, además, que los límites no existen y que somos nosotros, aterrados, quienes elegimos dónde y cuándo ponerlos. La vida me ha enseñado que, al contrario de lo que pueda parecer, existe más gente buena que mala, aunque también me ha enseñado que el mal hace más ruido. He aprendido que lo que callamos no cuenta, que no existe, y que lo que decimos nunca se olvida. Y que la sonrisa de un niño es la mejor medicina.
Y sobre todo, la vida me ha enseñado que es bella, que vale la pena vivirla y que siempre tendrá algo que enseñarnos.