De repente un día empiezan a amontonarse las preguntas; de dónde, hacia dónde, por qué... Ésas preguntas que sin más aparecen y luchan incansables en lo más profundo de ti, tratando de lograr una respuesta que las satisfaga y, entonces, emprender la huida.
Así que decidimos perder un valioso tiempo en convencerlas para que se marchen. Tenemos una necesidad inmensa de que se vayan, que desaparezcan, como sea. Pedimos consejos, suplicamos al cosmos, a las energías, al destino, al karma, para que nos den una pista, una señal que nos conceda algo de tregua frente a tanta duda. Nos engañamos, tratamos de autoconvencernos aún sabiendo que será en vano. Cualquier cosa vale con tal de evitar tanto murmullo.
Y es que, al final, no nos damos cuenta de que es posible que estemos buscando respuestas a preguntas equivocadas. Pues, no es un "¿dónde?", es un "con quién"; no es un "¿por qué?", sino un "¿cómo?". Nos olvidamos de dejar de pensar y de que lo realmente importante es limitarse a sentir... y que quizá, -solamente quzá- será justo ahí donde encontremos todas las respuestas.
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