martes, 22 de abril de 2014

Perder el Norte

El miedo nos empequeñece lentamente el corazón. La gente normal se consuela pensando que temer, no atreverse, les hará inmunes al dolor. Y así muchos deciden vivir sin vivir. Se autoconvencen de que no es necesario dar nada ni jugársela por nadie porque, total, ¿para qué? si al final todo acabará. Y dolerá. Mucho.

Por eso las gente corriente de hoy decide pasar por alto las pequeñas enormes cosas. Se gritan al anochecer que nada es importante, que esa persona no es especial y que eso que le remueve las entrañas es el garrafón  del sábado. No vale la pena pensar que sea algo diferente. Mejor seguir en el redil, zona de confort, seguridad... cárcel.

Y así es como la grandeza de las pequeñas cosas pasan por sus vidas sin pena ni gloria. Los mensajes de buenos días porque sí, una indirecta muy directa en cualquier red social, una palabra (o juego de plabras) que se convierte en protagonista de una historia que probablemente nunca nadie llegue a contar. Se dejan perder las personas capaces de descifrar tu estado de ánimo por cómo escribes a través de una pantalla, las que se desvelan una y mil noches deseando que esa conversación termine en una apuesta arriesgada pero, a buen seguro, ganadora... que nunca llega. Las personas de enorme corazón y eterna sonrisa regalada para arreglarte un día regular. O para mejorar el perfecto. Las personas que te cosen las alas arrancándose sus propias plumas, las que creen en ti mucho más de lo que tú mismo hayas podido creer jamás. Se hace caso omiso al deseo de pasar más tiempo juntos, de verse, de tocarse, de cuidarse, de volar. No se tienen en cuenta los: "¿qué tal tu día?" y echar de menos en silencio se ha convertido en la capa más helada de unos corazones cada vez más pobres. Quitas importancia a la persona que te hace sentir seguro, a salvo, a la persona que te hace sentir vivo y que eres capaz de todo. Dejas ir a quien lo arriesga todo por ti, a quien te pide por favor que sonrías, a la persona con quien te permites lo que hoy entendemos un lujazo: SER TÚ MISMO. La persona que quiere todo lo que eres, que repudia tus máscaras y sueña con ser uno de los motivos de tu risa. No se le da importancia a esa persona con la que puedes hablar de todo, a quien deseas contarle todas las cosas buenas y quien deseas que te abrace en las malas. Esa persona en la que estás pensando mientras lees esto.

Siento ser yo quien, desde mi entusiasmo desbordado, desmedido y casi siempre confundido, os diga que sí vale la pena. Que hay cosas por las que vale la pena perder el Norte. Y personas con las que vale la pena perderse toda la vida.



miércoles, 9 de abril de 2014

Eco

Se acabó. Ya no queda nada. No hay magia, no hay luz, ya nada brilla. Todo se apagó, nos ganó el final del cuentoo. No ha sobrevivido nada por lo que valga la pena luchar, nada que te arraque sonrisas, ni mensajes fugaces que explosionen el alma. No queda camino, ni horizonte, ni perspectiva. Se fueron las razones, y se desvanecieron los motivos. Las palabras quedaron huecas, las manos vacías y las excusas danzando. Los perdones ardiendo, las gracias olvidadas y las ganas perdidas. Las lágrimas secas, las miradas muertas y los susurros agónicos. La música sorda, los suspiros volando y las promesas inertes.

Se acabó. No hay nada. Ni siquiera hay nada que sentir, ninguna pérdida que lamentar... Sólo un eco. Un eco que ya no es nada de la sinfonía que reinó. Un eco que calla todo lo que (no) se gritó.